martes, 13 de noviembre de 2012

Mis recuerdos de Monsalvo (segunda parte)


Recuerdo muy bien la llegada a Monsalvo para hacerme cargo de mi tarea como maestra y directora de la Escuela 16. Habíamos salido tempranito con el viejo Taco, en la no menos vieja Chevrolet, porque debíamos estar antes del mediodía en la escuela. La fecha no es fácil de recordar pero, como buena vieja hucha, busco precisiones en un papel amarillento que aún sigue guardado. ¿Para qué? “uno nunca sabe” decía mi madre. “A nuestra generación siempre le costó tirar… Nos educaron para guardar tooooodo” agrega Galeano.

            Acá está, fue una fría mañana del 29 de junio de 1964. Lo certifica la firma de la  Sra. María M. de la Fuente de Uría  quien, desde la oficina de Inspección de Enseñanza de Maipú, en su cargo de Secretaria de la U.A.U., da fe que ese día fue el comienzo de mi primer suplencia como “directora de tercera” de la Escuela 16, suplencia que se extendería hasta el 30 de noviembre de ese mismo año.           
            
         A media mañana llegamos a la estación de ferrocarril. Allí nos esperaba María, la maestra titular que tomaba su licencia. Me costó varios días recordar su apellido hasta que, vaya uno a saber en que rincón de la memoria estaba guardado, si mal no recuerdo su apellido era Giuliani. Con cara de pocos amigos y deseando irse lo antes posible dijo: “lo único que vas a lograr en este lugar es embrutecerte”.
            
        Las palabras de bienvenida no fueron muy alentadoras y peor aún el vistazo que di al lugar donde se alojaba. En la misma estación de tren, una puerta entre abierta dejaba ver una habitación oscura y húmeda donde se podía observar un camastro con unas pocas pertenencias que le daban cobijo, brindando un cuadro desolador. Se trataba de una sala de espera de la estación, de esas que no se usan porque son pocos los pasajeros que toman el tren allí, que servía de cuarto de hotel para alojar a la maestra del paraje.

La estación en sus tiempos de esplendor, hoy no queda nada de ella
            Por suerte para mí, probablemente por mi edad y por llegar en compañía de mi padre,  fui recibida por el jefe de la estación y su familia quienes también  vivían allí. Ellos me asignaron otra habitación para pasar mi primera y única noche en el lugar. María me acompañó hasta la escuela, me presentó a los alumnos, me entregó papeles y directivas que consideraba pertinentes y se marchó para no volver. Al finalizar la tarde, una cena compartida con la familia y un paquete entero de velas encendidas sobre la mesa de luz (la electricidad brillaba por su ausencia) me ayudaron a terminar el día y conciliar el sueño.

            Al día siguiente, gracias a conocidos de la zona,  me trasladé a la estancia San Pedro perteneciente al Dr. Ovidio Senet, donde me alojaría hasta finalizar el año. El dueño de la estancia era un señor mayor, muy apreciado en la región, dado que era un especialista en pediatría, de renombre en Buenos Aires. De tanto en tanto venía a la estancia y las familias de la zona le llevaban sus niños para realizar interconsultas.

            La llegada del Dr. era una fiesta para mí y los chicos del encargado de la estancia. Durante su estada nos invitaba al chalet (esa era la forma como identificaban a la casa del patrón). A la tardecita empezaban los preparativos. Los chicos y yo organizábamos la picada en la cocina  y, si hacía mucho frío, nos sentábamos en el living junto al hogar para escuchar embelesados las  historias de sus viajes. En las tardecitas de primavera, esperábamos la noche y, tendidos boca arriba en el césped del enorme parque, descubríamos el nombre de cada estrella.

 La estancia quedaba a una distancia considerable de la escuela, lo cual impedía recorrer el camino a pie. El medio de traslado era una vieja jardinera que un peón de la estancia preparaba todos los días para que los dos hijos del encargado y yo fuéramos a la escuela. ¡Qué no daría por recordar los nombres de esa familia que me dio alojamiento y me hizo sentir como en casa el resto del año! Sí recuerdo el cuarto prolijo y aseado que compartía con los chicos y el tazón de café con leche humeante que nos recibía cada mañana.
Lucía (Ketty) Etcheverry
Mar del Plata, 24 de octubre de 2012


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