Mural realizado por los artistas plásticos Rubén Muñoz Abril y Horacio Muñoz, durante un encuentro de muralistas realizado en nuestra ciudad en el año 2010. |
Acá
vamos transitando estos atípicos meses. Todos hablamos de ese raro invierno y
esperábamos la primavera, pero no fue tan así, invierno de calor pero con
camiseta puesta y primavera fría y ventosa que sigue necesitando la camiseta.
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¡Qué
frío! – dije a un hombre de la tierra, que luchando contra la llovizna pasaba
por mi vereda.
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Así
es patrona, dijo, déjelo que “hele” bien pá que asiente. –
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¡Pero
20 de septiembre! - le digo
-
¡Ah!
Para el almanaque, pero no para el tiempo Doña. –
Yo lo
dejo y aguanto, pero mis pobres plantas, que también se rigen, como yo, por el
almanaque, intentaron florecer y están negras y caídas. Esperando cuando Dios
quiera tiempos mejores para rebrotar, mientras espero días más templados estoy
leyendo y estudiando sobre la cultura de los pueblos.
Algo
trataré de contarte sobre esta palabra cultura que parece tan difícil y es tan
simple como que se refiere a las costumbres y tradiciones de los pueblos, a sus
particularidades, a su identidad.
Muchas
veces le he dicho que para la historia de nuestros pagos son tan importantes,
el más encumbrado estanciero, como el más humilde de los puesteros, el señor
educado en Europa con titulo profesional como el último peón analfabeto o los
pobres de solemnidad, que se crearon en la indigencia.
El
Instituto Histórico hace unos años le hizo un homenaje a Don Juan Anchorena,
benefactor de nuestro pueblo y otro tan cariñoso y reconocido como a él, a
Juana Sosa de Martínez, pobre de solemnidad.
La
historia se hace entre todos, porque cada uno ocupó su lugar, su puesto y cada
uno fue importante para el crecimiento de nuestro pueblo y sus
particularidades.
Juntos
uno y otros. Unos manejando el carro, otros ayudando a tirar, otros empujando,
otros encima y muchos mirando como se desliza el carro por la tierra lugareña.
Aquí, en
el desenvolvimiento de nuestra sociedad, en el asentamiento en el lugar, en
trabajar aquí, por y para todos, en levantar las paredes de una casa, tener
hijos, en echar raíces… y en estos somos todos iguales habitantes del lugar.
Como
habitantes se cuenta el que vive en un lujoso chalet o en un rancho o en una
ramada o bajo el campo raso.
Para el
hombre de la tierra, heredero solo de necesidades, el lugar de socializarse, de
entrarse, de anoticiarse de las cosas, era el boliche de campo. Los boliches
eran “vida” en el pueblo o en el campo, la pulpería fue una manera de
relacionarse, de conocerse con el semejante, de conocer otras costumbres, de
enterarse de ciertos hechos del país y del mundo, de ir parejo a los progresos
de ciertos trabajos, en proveerse del vino, los cigarrillo y los vicios, del ir
del candil al paquete de velas y al farolito de keronsene.
El
boliche respondió a las necesidades del gaucho hasta en la salud, el “untisal”,
la “barra de azufre”, el “geniol” que se anotició en la charla del mostrador
junto al vaso de caña y el juego de cartas o taba.
Fue el
boliche el lugar para atender a algún representante legal o para cerrar un
negocio, comprar o vender una lechera o un lote de yeguas bagualas. Era el
boliche tan solo para entrar, lugar para el aseo mínimo, para el esparcimiento,
para el dato serio e importante, para conocer, para aprender a veces de persona
a persona, a veces por medio de los personajes y hasta de la Patria.
Esta
vida la hicieron los peones, los domadores, los reseros, arrieros, carreros,
esquiladores, caminantes, puesteros, jornaleros y hasta los forajidos que
trazaron huella, levantaron ranchos, corrales, aguadas y como testigos, como
fuentes vivas, siguieron una forma de vida hermanada a la tierra, como la
tierra se lo permitía y con lo que la tierra les brindaba, y algunos se
agruparon formando rancheríos, en épocas que se trataban de Ud., de Don y Doña, porque respetar para que te
respeten … y el respeto es la base de la convivencia.
Aprendamos
de nuestros mayores, así se hicieron nuestras tradiciones, nuestra cultura.
Hombres
que compraron en nuestros negocios, que nacieron y crecieron en nuestro suelo,
que aprendieron en nuestras escuelas o en las escuelas de la vida. Hombres que
siguieron costumbres, comidas, labores, trabajos, que ejecutaron nuestra música
autóctona., la silbaron, la cantaron, la bailaron, la amaron. Los que
aprendieron a buscar sombra o reparo en nuestras pampas.
Los que
aprendieron leyes naturales de sobrevivencia. En fin, que la cultura de los
pueblos las hicieron los usos y costumbres de las gentes del pueblo, del lugar.
Nuestra
gente cuenta con el aborigen más el invalorable aporte del inmigrante, gente
que vivió en estas tierras, no de otras más leídas. Cómo? Simple, la forma de
trenzar un lazo del padre a los hijos, estudiar el horizonte para prevenir las
tormentas que tiene sus secretos, las costumbres se heredan aún sin
proponérselo y estas costumbres se aman. Por eso les hablo de cultura lugareña,
cultura del pueblo. He leído como José Hernández para su “Martín Fierro” y Ricardo
Guiraldes para su “Segundo Sombra”, a pesar de ser señores de educación
europea, iban a la cocina de los peones y a los boliches donde concurría la
gente de la tierra para poder así empaparse de esas costumbres, esa forma de
vida, esa cultura lugareña. La gente de estos pagos, tiene características
especiales que le hacen mantener tradiciones, usos y costumbres a las que nos
sentimos honrados y si es posible las seguiremos con orgullo, continuando los
pasos de los que ya envejecieron.
“RECUERDA:
NO ENVEJECER ES TAN ESTÚPIDO COMO NO PODER SALIR DE LA INFANCIA.”
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Este relato fue
extraído del libro …VIVENCIAS…
Los
cuentos de Bocha Arancedo
Por María Rosa Arancedo
Gral. Madariaga.
Prov. De Buenos Aires - 2005
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