Después de varias semanas, de mucha lluvia, una
tarde primaveral del mes de octubre, salgo a caminar por la verde pradera que
rodea a la ciudad, con la sola compañía de un cuaderno y un lápiz, hermosa
tarde soleada, me llego hasta las barrancas del canalito que pasa por detrás
del cementerio, distante unos pocos kilómetros de la ciudad, me siento sobre
una mata de pasto, a orillas del cajón…
En un silencio profundo, llorando, van las aguas por
el canalito, arrastrando en la superficie trozos de palos y ramitas, que vaya a
saber uno de donde vienen y cuál será su destino, las ranitas jugueteando, las
aguas las van llevando, que alegre será su vida, saltando, siempre saltando,
porque el canalito las lleva.
La quietud de la tarde, es quebrada de tanto en
tanto por unos teros que revolotean sobre mi cabeza, tal vez por la proximidad
de sus nidos. Mientras sigo caminando por el borde del canalito, sorteando
matas de pasto y cardos, me oxigeno con la fragancia que traen las flores
rusticas del campo nacidas al borde del canalito y cuando la tarde va cayendo,
el último silencio lo rompe el volido rasante de alguna poriz que se hace
perdiz en la distancia.
Cuenta el agua su leyenda corriendo por el canal, es
tan largo su camino, que no encuentra el final.
Al agua yo le pregunto, porqué el canalito la lleva…
tal vez me responda… algún día… Quizás un día que llueva.
Así, este caminador de la soledad, ha pasado una
hermosa tarde, en un mano a mano con la Naturaleza, que dice cosas, con su
espejo natural de la vida.
Rogelio Hann – Maipú: mayo de 2013.
Canalito: este relato está centrado en el canal de desagüe de la otrora laguna "de los difuntos", que en su momento fue construido para evitar la inundación de la ciudad.
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